lunes, 9 de agosto de 2010

MIEDOS SUBTERRÁNEOS

¿A quién no le pasó alguna vez?


Tarde de lluvia. Subte, Línea A hacia Primera Junta. Saliendo de la estación Perú, el tren empieza a andar lentamente. Con ese vaivén característico ya de la línea más antigua de la red de subterráneos de Capital Federal, el crujir de la madera y el intermitente apagado de las luces se suman al ruido que crece hasta volverse ensordecedor, los sacudones y la mala ventilación. Todo esto, además del incómodo momento de estar rodeado de desconocidos, parados a menos de un metro de distancia, y no mirar a ninguno. De repente, lo temido. La formación se detiene tras un largo chillido de los frenos. No hay estación, pero se detiene.


Estamos varados en medio de ese túnel oscuro, donde lo único que se ve es el aire espeso escapando hacia la superficie. Pasaron sólo dos segundos pero nuestra mente corre rápidamente. ¿Y si no arranca? ¿Tendremos que salir a caminar por esta gruta ferroviaria llena de oscuridad? Yo me quedo. No, mejor no. Porque, por ahí, me ahogo. Es más, ahora mismo creo que ya no puedo respirar. Si hay que salir, salgo. ¿Y si viene otro subte de frente y nos pisa? Porque por más que me corra no hay espacio para caminar sin que te pise. Además, está lleno de cables. No, yo me quedo. Mirá si piso un cable de electricidad y caigo fulminada. No, definitivamente, me quedo.


Los segundos pasan y uno busca alguna señal en los otros pasajeros. Antes, ni los miraba, aún a riesgo de quedarse con tortícolis, se la pasaba uno viendo esas estúpidas publicidades baratas que no convencen a nadie. Pero, ahora, los miramos, nos miramos. Alguno disimula, o intenta ocultar su miedo. Porque todos tenemos miedo. Alguna chica se abanica disfrazando su terror de acaloramiento. Otros hacen de cuenta que no les importa... pero les importa. Tienen tanto miedo como yo... y como todo el resto. Lo veo, en su pestañeo más veloz, en su impaciencia, en su consulta al reloj.


Y el tren no arranca.


Ahora es todo el pasaje el que se transfiguró. Por más que quieran esconderlo, todos sabemos que nadie quiere caminar por las vías. Vaya uno a saber cuántas ratas estarán esperando que el tren no arranque y que tengamos que salir a andar por los durmientes. Cuántas ratas y cuántos murciélagos, porque debe haberlos.


Y el tren no avanza.


Algún obeso señor ya sacó el pañuelo y empezó a secarse la frente. Otro chico sube el walkman tratando de escapar de la disimulada histeria colectiva. Y lo único que escucho es su música. Su lejana música. Tapada por el resoplido de alguno que sí se anima a empezar a mostrar su miedo. Porque todos sabemos que si, en este momento, hay un corte de energía y se apagan las luces, tampoco van a andar los ventiladores. Y nos vamos a quedar sin aire. Sin luz y sin aire.


Todo porque el tren no se mueve.


El hombre de traje negro, sofocado, se afloja la corbata. La doña se seca la transpiración de las manos en un pañuelo diminuto. Ellos, tal vez, también sepan de esa historia que escuché: la del fantasma del hombre degollado en la estación Sáenz Peña que se aparece encima de un gran charco de sangre, en el andén o en las vías del tren. O la historia de la mujer con el vestido de novia, la “dama del subte”, que murió bajo una formación de esta misma línea cuando su novio no acudió al altar. No, gracias, me quedo.


Uhh, pero… si el tren de atrás no nos ve y nos choca. A ver... yo estoy en el segundo vagón... ¿qué tanto me afectaría una posible colisión? Lo admito, ya estoy muy, muy nerviosa.


Noto una leve taquicardia que me está acelerando la respiración. Un frío en el estómago pide, a gritos, calma. Trato de tragar saliva pero ya no me queda. Recuerdo la tercera historia de fantasmas de la línea A y el mito sobre la media estación. No quiero saber qué pasó con esos dos operarios que se aparecen sentados en una estación inexistente entre Pasco y Alberti. Trato de no pensar. No sé que hacer y ya casi no puedo esconder mi palidez. Trato de hablar pero no me sale la voz. Cuando, por suerte, tan de repente como se paró, después de treinta segundos de haberse detenido, el tren empieza a moverse nuevamente.


¡Por fin! Lo único que me faltaba era llegar tarde...

17 comentarios:

  1. Como siempre Cecilá tus relatos son extremadamente "vívidos", casi q me sentí viajando con vos (bah detenida con vos) en esos larguísimos 30 segundos!!!

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  2. Elba dijo: me pareció estar en el subte y ya estaba sintiendo que me ahogaba, Muy real tu relato.Espero que nunca me pase algo parecido. Un beso. Elba

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  3. Muy real, me gustó. Saludos. Martín

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  4. Tal cual!!!! y justo cuando queria ir al baño! Me encantó! Besos

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  5. Y yo que estaba apurada y de repente, por suerte, viene el subte y suena una bocina ¿la bocina de un subte? ¿para qué? ¿para descongestionarse? No. La bocina me da el alerta de que seguiré ahí parada hasta que venga otro que tal vez pare porque salió a tiempo y no tuvo que levantar pasajeros de otro subte que se varó en medio de esa nada con la que fantaseabas. Y yo... que estaba apurada y no me daba la guita para tomarme un taxi...

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  6. Cecilia :Muy bueno !!! A mi también me dió la sensación de estar en el subte sintiendo claustrofobia !!! María Teresa

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  7. Las delicias de viajar en el subte A... Todos los días una experiencia nueva! Podrías destinar un libro entero a ellas, no? jajaja

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  8. jaja!! es cierto, hace años que no sufro esos segundos interminables....la nunca bien ponderada linea A.... eso sí, se ve que no viajé tanto como vos porque de los fantasmas no sabia...aunque... esa estación que no existe , yo creía que si funcionaba ya que alguna vez la he visto y no vacía....

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  9. Che, muy bueno. Me encantó. Por lo visto, el subte es el terror no sólo de los claustrofóbicos. Te sigo!
    C.

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  10. Ay mi querida tocayiiita!
    Me río a mas no poder con tus cuentos de realidad.
    Cómo agradezco haberme salido del miedo que se respira en la inmensidad de la city porteña,
    Un abrazo del sur!
    La prima

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  11. Mónica, se ve que te encontraste con los fantasmas... Cecilá, te recuerdo que ya Sábato escribió sobre la corporación subterránea que albergaba a cientos de ciegos en Sobre héroes y tumbas y su informe sobre ciegos. Allí, los túneles del subte eran más que un tendido de rieles. Buenísima la descripción de sensaciones.

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  12. Muy bueno, a mí me tocó un día salir y andar por entre las vías oscuras. No se lo deseo a nadiesssss.
    F.O.

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  13. Me fascinó la historia del subterráneo. Creo que si pienso demasiado en esta circunstancia, no viajo más en subte, imaginate que se sumaria un miedo más a todos los que ya tengo. Nooooooooo, esto es peligroso. Por eso seré valiente y si tengo que subir a ese aparato lo haré.
    Pero la historia fue realmente de suspenso, como a mi me gusta.
    A ver si prontamente te vemos consagrada en la literatura, eso seria magnifico!!!!!!
    Te mando besos y te quiero mucho. Tibabel.

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  14. Los subtes, como los aviones y los barcos, se nos presentan como inventos maravillosos que desafían a la ley de gravedad o a la de presión. Quizás nuestro desconocimiento de cómo vuela un avión, flota un barco o cómo puede mantenerse ventilado un túnel subterráneo más digno de un topo que de un hombre, nos hacen crecer el miedo. Pero el miedo es por desconocimiento. Cierto es que un túnel se puede derrumbar, un avión caer o un barco hundir: a esa pequeña posibilidad se aferra nuestro miedo para seguir existiendo.

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  15. Uhhhh, esto no es apto para claustrofóbicos! Ni para "ratofóbicos", ja ja!

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  16. Sumo un miedo: a que alguien me empuje a las vías cuando está por llegar el subte al andén!!!!!!!

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  17. si me habra pasado mientras iba al Iuna todos los dias.!!Lo peor es que sigue pasando, ja!

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