martes, 11 de octubre de 2011

EL OLOR DE LAS "FOTOS MOMENTO"

Sí, me compré una nueva cámara de fotos. Quienes me conocen (o han leído mi resumida biografía en este mismo blog) saben que, en otra vida de esta misma vida, fui fotógrafa. Amateur, como la mayoría de las ocupaciones que tuve en las otras vidas de esta misma vida, pero, indudablemente, apasionada. No sé bien qué es lo que más me gusta al momento de fotografiar porque disfruto al mirar a través de la cámara, al elegir el momento que voy a inmortalizar y también al verlo después, pero no lleno mi casa de portarretratos ni me paso el día mirando fotos.

Es que yo creo que la foto es algo que nos emociona más si está mostrando algo distante. Algo alejado en tiempo o en espacio. Algo que reemplaza aquello que no podemos ver todo el tiempo. No imagino, por ejemplo, el retrato de la cocina de alguna casa en el portarretrato del modular de la cocina de esa casa. Y eso es porque la fotografía es el bastón más real de la nostalgia.

Difícilmente una foto mienta, a diferencia de nuestra memoria que, débil, puede dejarse ganar por la tentación de acomodar los recuerdos a nuestra plena conveniencia. La foto, en cambio, no es corruptible. Está ahí y nos muestra todo. Nos muestra lo que ya no somos y lo que siempre fuimos.

Por ejemplo, yo recuerdo la primera vez que saqué una foto. Fue en Mar del Plata y con una cámara ajena. Tendría yo unos siete años. Me topé con una familia que quería ser fotografiada toda junta y que confiaron en que yo podía hacerlo. Hasta el momento, yo había visto en las manos de los adultos que me rodeaban unas cámaras alargadas, del tamaño actual de un control remoto de TV u otras más cuadraditas que, por flash, tenían una especie de cubo que iba girando. Pero esta no, era cuadrada pero con un formato que iba ganando cuerpo a medida que llegaba a la base.

A pesar de mi ided y mi apariencia, me pidieron que les sacara la foto. Y yo, a pesar de mi total inexperiencia, dije que sí. Ellos sonrieron y yo apreté el botón. La cámara hizo un ruido raro y escupió un papel. El tipo se acercó, retiró el papel que era como un ticket pero del tamaño de una foto de 10 por 10 y me dijo: “Esperá, ahora vamos a ver cómo salió”. Yo creo que temblé. Mi desempeño estaba en juego en forma absolutamente instantánea. El tipo despegó el papel que cubría la parte impresa del papel y se vio: la familia entera, mirando alegres a la cámara. Encuadrado, perfecto. Entonces, me miró casi sorprendido. “Muy bien” -me dijo- “muchas gracias”. 

Ahora, recuerdo que la foto se veía muy bien, pero no sé, tal vez fue un desastre. En cambio, si tuviera la foto acá, frente a mí, no podría dudarlo. Es que la lealtad de la foto es maravillosa. Y sí, a veces hay que confiar en el otro aun siendo un desconocido. Si lo hubiera hecho, Susiví conservaría una linda foto de ella y sus dos amigas, Gabipú y Marifrá, las tres de frente. Es que aquella vez, más cerca de la modernidad fotográfica, Susiví intentó retratarse con ellas y colocó el disparo automático en 10 segundos, pero ubicó la cámara a casi 40 metros de distancia de las modelos. La activó y corrió. Pero no pudo batir los 40 metros en 10 segundos y salió luciendo una linda espalda en movimiento mientras las otras dos chicas miraban a cámara.

Y la foto es eso: el retrato de una minúscula parte de la vida atrapada en un plano diferente: chato e inmóvil pero, paradójicamente, lleno de vida.Un instante de movimiento capturado en una imagen que será, por siempre, inmóvil. Es aquietar el momento, detenerlo y eternizarlo. Por eso prefiero las fotos sin pose. Porque me gustan más las fotos que retratan momentos y no personas. Por supuesto, el momento puede ser una persona mirando a la lente, pero no debe dejar de ser un momento. En las “fotos pose” se posa, se actúa, se simula; en las “fotos momento”, no. Pueden, aparentemente, parecerse, incluso, para el ojo desatento, pueden ser iguales, pero no. La “foto momento” tendrá un brillo, una honestidad, una espontaneidad que la “foto pose” nunca logrará.

Quizás estaban en lo cierto aquellos que creían que perdían el alma al ser fotografiados. Tal vez ellos podían claramente distinguir entre lo falluto de la pose y preferían un dibujo imperfecto a someterse inmóviles durante varios segundos frente a un aparato que emitía una luz explosiva con olor a magnesio.

Cuántas chicas o chicos pierden el alma en las revistas de moda, además de un vagón de cosas en manos del photoshop (ombligos, cicatrices, arrugas y tatuajes, por ejemplo). Y cuantos políticos pierden el alma sonriendo bajo una promesa que, saben, nunca cumplirán. Esas fotos son las “fotos pose”. Las “fotos momento”, en cambio, dicen siempre más y, si uno se acerca bien, puede llegar a oler la fragancia de esa imagen y a escuchar las risas de esas muecas. Y no estamos hablando de fotos 4D, hablamos de todo lo que nos puede despertar una buena fotografía.