lunes, 25 de junio de 2012

¿ÉSE ES TU JOYSTICK? QUÉ MODERNO QUE ES

Días pasados, en medio de un almuerzo laboral, Andylú nos contó, a Adripá y a mí, que conoció a un chico que la dejó impactada. Antes de aclarar qué la impactó, he de ser sincera: a estas alturas, para ella, decir “chico” es hablar de un hombre que pasó los 30. Ahora sí, tan fuerte fue el shock que le provocó el joven que -nos dijo- no podrá olvidarlo. Lo que, más precisamente, no podrá olvidar fue la visita que ella le hizo a su casa. Y estrictamente, no olvidará su biblioteca… aunque, por el uso que le daba el joven a ese mueble, no deberíamos llamarlo biblioteca.

Sucede que, invitada a una cita disfrazada de reunión de amigos, Andylú intentó empezar a conocerse con el treintañero y, claro, lo hizo a través de la manera tradicional: charlando. “Hola, qué tal, lindo departamento, cómodo, ¿es luminoso?, se ve que sí…”. Casi monologaba, porque el pibe buscaba el mouse de su PC cada vez que quería hablar porque no sabía qué hacer con el dedo índice de su mano derecha. Y palabra va, palabra va, descubrió el mueble que tenía el dueño de casa en un rincón, puesto en L, en el living comedor.

Era un mueble clásico, sin ribetes, ni adornos estrafalarios. Color nogal, dijo Andylú, mientras nos contaba su aventura, entre bocado y bocado. Cuatro estantes sumó ella. Y quiso contar los CDs, pero no pudo… “Uy qué linda biblioteca, ¡cuándos cds! ¿Te gusta la música?”, preguntó. “Sí”, logró que contestara él, tirando una sonrisa de “me gusta”.

“¿Y qué tenés?”, consultó, señalando el mueble. Porque, asumámoslo, nada describe mejor a una persona que la industria cultural que consume: libros, música, películas y TV en general. No es lo mismo un tipo que lee a Julio Cortázar que otro que lee a Stephen King, a Ari Paluch o uno que lee, únicamente, el deportivo de lunes a domingo. Así como no es lo mismo un joven que prefiere mirar por quincuagésima vez Star wars a animarse a ver El acorazado Potemkin. También es válido guiarse por la música: una cosa es un “chico” que amontona CDs de Babasónicos, otra es uno que escucha a Pedro Aznar y otra, bien diferente, uno que escucha a la Mona Giménez.

“De todo”, dijo el pibe, asombrado por el interés de ella en su biblioteca. “Sí, ya veo”, dijo ella tratando de contabilizar todos los CDs que llenaban los cuatro estantes de la biblioteca. Pero, así y todo, quiso averiguar: “¿Qué música tenés ahí?, insistió. “¿Ahí? Ninguna”, contestó. Perdiendo el 50 por ciento de los puntos que había ganado con la sonrisa de galán.

“¿Son películas?”, preguntó ella, todavía ilusionada. “No”, dijo él, “son jueguitos de la play, yo no tengo CDs de música”. Tras el comentario, cayó, cayó y cayó, girando dentro de un agujero negro… como en el capítulo lisérgico de la pantera rosa.

“Es así”, le dije yo, en medio del almuerzo, “los tiempos cambiaron, Andylú”. Los chicos de ahora no saben jugar al truco, en su vida jugaron a la carrera de mente o al pictionary y nunca sabrán lo que significa “China ataca a Kamchatka”. Ellos juegan a la play. Pero Andylú me contestó tajante: “Podría soportar alguien que juegue cinco horas por día a la play, pero no alguien que no tenga ni un solo CD en su casa, ni de música ni de cine”.

“Es que ese chico fue adolescente en la década del ’90”, teorizó Adripá, entrando en escena después de bajarse toda la porción de fideos con manteca que se había traído de la casa y que, hasta ese momento, lo había mantenido en silencio. “Los chicos que tuvieron su adolescencia después de 1990 son más propensos al vacío mental. Se perdieron lo mejor: los ochenta”, dijo sin pestañear y, tras manotear la fruta que comería por postre, continuó: “Fijate vos, en lugar de Madonna y Michael Jackson, tuvieron a Britney Spears y Jazzy Mel; en los 80’s, tuvimos a Clemente, ellos a Goma Goma; en vez de cantar I want to break free, cantaban Dale a tu cuerpo alegría, Macarena; en lugar de a Badía tuvieron a Tinelli; en vez de campeones del mundo, 0 a 5 con Colombia y de local; y en lugar de Back to the future fueron al cine a ver Armageddon”.

Además, dijo, en un desparramo de verborragia: “En lugar de ‘loco’, se dicen ‘bolud@’ con sus amig@s y, en vez de decir ‘Faaaaaaaa’… dicen ‘LOL’”, concluyó dando el primer mordisco a su manzana.

“Bueno -dije yo-, los ’90 también tiene lo suyo”, mientras, con gran esfuerzo, recordaba a Nirvana, al Joven manos de tijera, a Pulp Fiction, a Léon (o El perfecto asesino) y a The silence of the lambs (El silencio de los inocentes). Y a pesar de que, para mis adentros agradezco enormemente haber transcurrido mi adolescencia en plena década del ’80, debo reconocer que, con mis 40 felizmente cumpliditos, me encantaría que un 35quejuegaalaplaytodoeldía me susurra ‘LOL’ al oído.

miércoles, 13 de junio de 2012

¿DONDE PONEMOS LOS AHORROS?

Los argentinos somos creativos. Aunque debemos admitir que lo somos a fuerza de haber sufrido los embates de la agitada oleada economía argentina y, sobretodo, las aguas “vivas” que trae el mar en esos días de tormenta: las entidades bancarias. En Argentina, de un día para otro, el peso puede pasar a ser austral; luego, peso argentino y, luego, patacón… y no hablo de Patoruzú. Además, los dólares pueden transformarse en pesos, a una cotización conveniente siempre para las aguas vivas, y el ahorro puede pasar de ser un bonito depósito en el banco a ser un bonito que te da el banco para que te lo deposites donde más te guste.

Por todo este contexto histórico de amenaza permanente al que todos los argentinos nos hemos acostumbrado, es que surge en nosotros esa tendencia a la creatividad, no sólo para inventar nuevas formas de conseguir que el salario deje algún margen de ahorro -logro que de por sí debería coronarnos como los reyes de la creatividad-, sino también nuevas formas de mantener a salvo ese ahorro.

Por eso, hoy, señora, nos ocuparemos de hacer un listado que le dará muchas respuestas acerca de dónde depositar sus ahorros: los lugares más creativos para poner su dinero y hacer que esté al resguardo de los ladrones (incluyendo en este conjunto de personas a los bancos, claro).

Antes, y para ser justos con nuestros antepasados, tenemos que admitir que quienes nos precedieron eran más sabios y que rarísima vez llevaban el dinero a un banco. Lo guardaban en casa, escondido muy creativamente. Es decir que nosotros, en este listado, no hacemos más que remixar aquella creatividad.

En principio, empero, debemos aclarar que ya están agotados los escondites que usaban nuestros abuelos: adentro de una tapita de luz ciega, adentro de una latita de porotos vacía, entremezclados entre las páginas de un libro que nunca nadie lee, debajo del colchón (o incluso dentro, si tenía forro con cierre), adentro de los bolsillos de un viejo saco, enterrado en una maceta… En fin, esos escondites ya han sido descubiertos por todos los amigos de lo ajeno.

También conocen algunos escondites más modernos, como, por ejemplo, adentro de un par de zapatos que nunca se usan, debajo de la alfombra que cubre el piso del placard, entre las maderitas de machimbre del techo del galponcito de afuera, dentro de la gaveta que está atrás de la heladera.

Por eso y con el objetivo de buscar nuevos lugares, la creatividad argenta se ha puesto ante un difícil desafío: poner al reparo nuestro caudaloso poder de ahorro.

Yendo cuarto por cuarto, podemos pensar que el baño es el menos indicado para estas cuestiones. Sin embargo, si el volumen del ahorro no es muy grande, puede haber lugares interesantes. No: dentro del rollo de papel higiénico no es recomendable, aun cuando los ahorros no sean gran cosa. Tampoco dentro del vaso utilizado para lavarse los dientes, en el caso que usted no le diera uso. Pero, sí, puede ser efectivo guardar un puñado de billetes dentro del pie enlozado que sostiene el lavatorio (siempre y cuando no sea un mueble) o detrás del espejo del botiquín. Aunque correrá el riesgo de que el efectivo tome olor ambiente y de que, entonces, sea comparado -por su fragancia- con otras sustancias de menos valor económico.

En el dormitorio parece más fácil. Debajo de la mesita de luz, pegado con cinta adhesiva, es una buena alternativa. Pero, para los que tienen taparrollos desmontables, es mucho más eficiente esconderlo allí dentro, bien sujeto puede resguardarse un buen puñado de billetes.

La cocina nos brinda un lugar poco visitado por los ladrones: el lavaplatos. Pero, ojo, no dentro del lavatorio, salvo que usted acumule tantos platos sucios que crea que los asaltantes pasarían por alto el lugar sin revisión. Decimos, más bien, debajo del lavatorio: en la cara opuesta al frente de la pileta, también con cinta adhesiva. Asimismo, detrás de algún zócalo de la mesada, si pudiera desmontarse, o atrás de la alacena (pero nunca dentro).

No recomendamos, bajo ningún punto de vista, guardar los ahorros dentro de un electrodoméstico, puede ser fatal: ponerlos en una juguera para poder exprimirlos no es buena idea; menos dentro del lavarropas, aun cuando crea que le será necesario lavar el dinero; nunca en la TV, la gente que trabaja allí ya gana mucho dinero pero nunca será suficiente; y menos que menos, dentro de la heladera: con el frío, los billetes cambian su aspecto e imagine si los dólares fueran confundidos con lechuga o espinaca, se comería la ensalada más cara de su vida.

Antes de darle nuestro consejo final, tenga en cuenta que, salvo en el caso de que tenga sus ahorros en dólares (poco probable en los tiempos que corren), deberá tener su dinero a mano, porque sino puede pasarle como a mí, que cuando fui a desenterrar del jardín los ahorros de mi abuela, me encontré con unos coloridos billetes de pesos Ley 18.1888: los millones que juntó equivalen hoy, con suerte, a 10 centavos de dólar.

Por eso, queremos avisarle que la mejor idea, siempre, es gastarse los ahorros en vida. Te pueden quitar los ahorros pero quién te va a quitar lo bailado.