domingo, 25 de marzo de 2012

UNA LISTA CON DIEZ COSAS

Habitualmente, cruzarse con el filósofo hispano-argentino Osquimé puede ser como encontrarse con cualquier persona. Sin embargo, si uno sabe preguntar pero, sobre todo, sabe escuchar, el hecho puede ser sumamente revelador. Flaco y desgarbado, puede enumerar más teorías que los kilos que porta, ya que, como suele ocurrir en estos casos, su sabiduría es mucho más vasta que su propia dimensión física. Sin embargo, hay uno de estos encuentros que recuerdo con especial detalle: el día que me dijo: “Hacé una lista con las diez cosas que más te gustan hacer en la vida”.


Osquimé es un filósofo que fusiona el iluminismo con el orientalismo. De joven estuvo en Japón y eso lo marcó a fuego: se trajo el amor a la cama cucheta y el odio por el Sake. Lo difícil fue convencer a su mujer de que la cama matrimonial debería, ahora, transformarse en una cama de las llamadas marineras y que ella debería dormir arriba. Aunque casi le cuesta el matrimonio, lo logró. Es un poco incómodo, lo admite, pero hay que ver todo el lugar libre que queda en la habitación.

Peina su bigote más allá de su labio superior y usa camisas a rayas. Es amante de Lanús y de la dieta disociada, por ejemplo, nunca combinará, en una misma comida, pastas y carne. El estómago dispone de jugos gástricos diferentes para procesar ambas comidas y liberados, al mismo momento, se anulan entre sí, asegura él. Por eso, después, la digestión puede transformarse en indigestión.

Como todo filósofo, tiene sus detractores, y algunos lo acusan de falsear su apariencia calma y pacífica. En la década del setenta, cuando comandaba la revolución sindicalista del sector eléctrico argentino, solía desafiar a golpes a los jefes que no escuchaban sus reclamos. Y, ha sido artífice de las múltiples batucadas que se armaban para reclamar aumentos de sueldo. Y, aunque pocos los imaginamos bailando al ritmo de ningún tambor, dicen que mostraba sus habilidades danzantes mientras vociferaba palabras inapropiadas para este blog.

Pero lo que más lo alteraba, sin lugar a dudas, era que le tiraran los borradores de los trabajos que él revisaba antes de cotejar que los arreglos que él señalaba se hubieran hecho eficientemente. Allí, no había orientalismo que pudiera contener su furia. Cierta vez, dicen voces anónimas, tomó por el cuello a una secretaria y la metió dentro del cesto de papeles para que los buscara: “El cesto era de tamaño industrial y que, de hecho, la mujer encontró los papeles, me aclararon. Sin embargo, yo no puedo imaginar a Osquimé en esa situación tan poco pacífica.

“Hacé una lista con las diez cosas que más te gustan hacer en la vida, que más feliz te hacen”, me dijo. Y yo mentalmente empecé a hacerlas. “…Tomar sopa, si es de matambre, mejor; escuchar música; estar con mi familia; jugar al tenis; viajar; escribir…”. Ahora, fijate cuántas actividades de esa lista hacés regularmente y cuántas no hacés nunca”, me sugirió.

“Cuando terminés con eso –agregó-, hacé una lista con las diez cosas que no te gustan hacer o te hacen más infeliz, y fijate con qué regularidad las hacés”. Antes de irse y sin que yo pudiera contestar, concluyó: “si de tu segunda lista hacés más cosas que de tu primera lista, estás en serios problemas”.

domingo, 11 de marzo de 2012

LA CHICA TANDA

Su edad es un misterio, o, al menos, eso es lo que ella cree. También tiene el pelo revitalizado y libre de frizz como recién salido de la peluquería, o, al menos, eso es lo que ella cree. Entra a su casa cantando “hoy, hice arroz”, al ritmo del I’m coming out de Diana Ross, aunque haya comprado la promoción del restaurante Sarasa con el Recontracupón. Y, a menudo, sella sus frases con un remate publicitario. Es la chica tanda.
Hace un tiempo largo que descubrió su amor por la TV. Ella mira la TV un buen rato por día, aunque, en lugar de ver la programación del canal, ve las publicidades. Hace zapping pero al revés: va de canal en canal buscando la que justo está con la tanda publicitaria. Por eso, antes que ver películas en el cine –que no tiene tandas para ver-, el sábado a la noche prefiere ir al supermercado, porque, ese día, la tarjeta Risa del banco HDP le da un 2 por ciento de descuento en el quinto de cinco productos idénticos.

Con ese ahorro, ella sabe que podrá comprarse un lindo suéter color verde manzana que combinará con su falda color crudo. A lo que agregará unas botas color tiza. Porque, en ella, los colores son manila, tiza, ciruela, petróleo, melón, tomate, salmón, caqui, chocolate…

Todos tenemos algo de chica tanda pero ella lo tiene todo. Su máxima pregona que, a través de la información que le da la publicidad, puede tomar las mejores decisiones. O, al menos, eso es lo que ella cree.

Se adhirió a la TV por cable sólo cuando las empresas rompieron su promesa y empezaron a incluir tandas publicitarias en medio de su programación. No le importa la trama de la novela de turno, si, igualmente, ella puede seguirlas a través de las publicidades.

Sus actores favoritos son los que, alguna vez, fueron sinónimos de publicidades. Por eso idolatra a Susana Giménez, a Natalia Oreiro, a Pancho Ibañez, a Susana Romero, a Patricia Sarán, a Susana Traverso, a Hugo Arana, a Zulma Fayad. Pero, lo curioso, es que recuerda qué publicidades protagonizaron y qué marca vendían: Jabones Cadum, Tampones OB, La Serenísima, Jockey Club, vino Uvita, vino Crespi, Aceite La malagueña…

Se sabe todos los chistes de La llama que llama, tiene grabada la colección de las publicidades de Quilmes y siempre vio, antes que nadie, la publicidad que se acaba de estrenar.

Porque mira mucha TV. Y no sólo para comprar. Aprende mucho mirando la TV a diario. A fuerza de ver una y otra vez las publicidades, sabe que “el 80 por ciento de las bacterias no está en los dientes”, también que “si la inflamación no se va, el dolor vuelve”, sabe qué es un “Lactobacillus GG”, cómo evitar el “tránsito lento” y que lo “caro” es sinónimo de “lo mejor”.

Pero que quede claro, ella gusta de las publicidades no de la propaganda. La propaganda no le importa porque no es divertido: las elecciones son cada cuatro años o, a lo sumo, cada dos años. En cambio, las compras se pueden practicar todos los días del año. Es más, gracias a Internet, puede aplacar su abstinencia de los días feriados.

A esta altura, el lector ya habrá advertido que su sueño es protagonizar una publicidad, por eso practica todo el tiempo y, a falta de pantalla, tiene tretas para ser observada todo el tiempo. Habla fuerte, gesticula, llega tarde, siempre le ha pasado algo relevante. Porque su pasión, más que escuchada, es ser observada. Por eso, su lugar en el mundo es la TV. Allí donde existe el mute, pero no es posible apagar la imagen.

Si tuviera en sus manos el anillo de Giges, aquél que –según Platón- mediante un giro volvía invisible a su portador, lo usaría pero sólo como adorno, nunca lo giraría. Porque si algo le hace daño a la chica tanda es ser invisible ante los demás. Preferiría ser descubierta espiando antes que ponerse el casco de Hades de Perseo, subirse al avión invisible de la mujer maravilla o usar la capa de invisibilidad de Harry Potter.

Es que, para ella, la invisibilidad es la soledad misma, como alguna vez indicó Jorge Luis Borges. Por eso, tiene que brillar. Porque su brillo, en los ojos de los otros, se ve como si fuera el mejor brillo del mundo. O, al menos, eso es lo que ella cree.