Por Cecilia Valenti (actriz y guionista argentina residente en Italia desde 2005) y Cecilá.
Esta reflexión comienza cuando una tarde estando en mi casa de Italia con Chiara, mi hija, que tenía tan sólo 20 meses, la veo acercarse con la palita de jugar en la arena y me dice “mamá, esto: pala”; acto seguido va a su caja de juguetes, agarra una pelota, vuelve, y con cara de desconcertada repite “mamá, esto: pala” (en italiano, pelota se dice, fonéticamente, pala). Yo, un poco sorprendida, un poco confundida, un poco orgullosa por su facilidad para aprender las dos lenguas (española e italiana) al mismo tiempo a su temprana edad, la aplaudí y festejé su progreso, a la vez que empezaba a reflexionar sobre algunas cuestiones léxicas...
Enseguida recordé un episodio, cuando recién arribada a la península itálica, concurrí a una de la primeras clases del curso de recreación y, al mejor estilo de “Profesora de actividades prácticas”, apareció una señora con una bolsa llena de tubitos de papel higiénico y telas de varios colores. Se presentó diciendo, obviamente todo en italiano, “conmigo van a aprender a trabajar con eso que ya no se usa”. Hasta ahí, venía todo bien, hasta que dijo: “hoy, vamos a construir un portapene”. Tratando de aguantar mi carcajada, giré mi cabeza para observar la reacción de las demás participantes y todas parecían muy convencidas de lo que iban a hacer, salvo una en el fondo, una hindú que no habló una palabra en italiano en todo el curso y que, debajo de su velo se hallaba más desconcertada que yo, me le acerqué y le dije: “¿che cosa ha detto? ¿Un porta pene?”,- “io no capito, io sólo ínglish”, me respondió la bangla.
Estuve a punto de traducir portapene en inglés, después de mis 9 años de estudio de dicha lengua, pero desistí; mucho después, comprendí que era un simpático e inofensivo portalápices, con materiales reciclados. De ahí, mi conclusión sobre estas palabras y muchas otras, y me dije: entonces, los tanos escriben con la penna y, cuando la pena es más de una, son los penne; juegan al fútbol pasándose la pala; los domingos se encuentran en la messa con el cura; no sé cómo hacen pero huntan el burro en la tostada y plantan tomates en el orto; después de ir al baño, se limpian con la carta (higiénica) y para señalar el techo invocan a teto (¿Medina?), cuando acaban algo dicen que está ya fato, todo lo que comen es chivo, los nenes hacen nana cuando duermen, y noni, sólo sus abuelos. Si pedís un saco te van a dar muchos, si decís que tenés un filo te alcanzan la aguja, nunca pidan un vaso para tomar agua porque además de ser muy grande le van a tener que sacar primero la planta y, después, la tierra, y si haciéndote el tanito simpático, decís por una de esas, un vasino, sabé que estas pidiendo una pelela.
¿Hablamos el mismo idioma?
Pero, las diferencias lingüísticas no surgen sólo cuando se compara el italiano con el español. Las variaciones y coincidencias idiomáticas que conducen a confusiones, a veces inoportunas, existen también dentro de una misma lengua. Y una de los idiomas que más variaciones registra es la nuestra: ésta sí, que hasta tiene dos nombres, el español, de España, o el castellano, de Castilla. Es que de allí, es el idioma castellano, que se hizo más famoso cuando vino un Quijote que era de la mancha. Más tarde, un tal Hernán, que no era muy cortés, se fue al norte de América. Y, casi al mismo tiempo, para el sur, vinieron Pizarro, de Trujillo, y un tal Pedro, de Mendoza. Y, en un abrir y cerrar de ojos, el español/castellano se volvió el idioma más hablado del mundo. Eso hasta que los chinos, que no paran de incrementarse demográficamente, nos dejaron segunditos.
Pero volvamos al español, al idioma español, utilizado no sólo en España sino también en todos los países de América Latina, salvo Brasil. Bueno, lunfardo mediante, con sus variaciones.
La excesiva ingesta de alcohol, por ejemplo, te deja jalado en Cuba, chapeto en Colombia, cufifo o pico en Chile, tiznado en Centroamérica, jumado en Panamá, yucazo en Bolivia, maiceado en Nicaragua, fututo en Costa Rica y soropete en Honduras. Al otro día, aquí, se siente la resaca, en Venezuela el ratón, en Colombia, el guayabo, en Ecuador, el chuchaqui,
Y ya que hablamos de México, allí, a diferencia de nosotros -que nos comemos las eses-, tienen abundante entusiasmo por pronunciar las eses. Pero, así como adoran las eses, tienen un problemita con la letra jota: en Andalucía, donde está el cantar jóndo, le ponen jota a todo, en Centroamérica la pronuncian como una hache ahogada: trabáho. Pero, en México, la jota no sólo es jota cuando es jota, sino que es jota cuando es equis. ¿Se marean? A ver: México, con equis, se dice Méjico, con jota, pero se escribe México, con equis. Lo mismo ocurre con otras tantisísimas palabras difíciles que vienen de la lengua de Quetzlcoatl, por ejemplo: oaxaca, con equis, se dice oajáca, con jota. Pero, ojo, no todo es así de fácil: cuando la equis está primera, se dice como ese (ya les hablé del entusiasmo por la ese, ¿no?), o sea que Xochimilco, con equis, se dice Sochimilco, con ese.
Otra letra que se ha colado intensamente en el hablar mexicano es la che: allí los pibes son “chavos”, las cervezas son “chelas”, los gordos son “chonchos”, los ilegales son “chuecos”; las lolas son “chichis”; los vagos son “cholos”; “chambear” es trabajar; y si te quieren pedir coima es porque te están “chiveando”. Ni hablar de la “chingada”, no es una cosa torcida sino... una mujer que cobra dinero por sexo. Y si algo se pone bueno, se pone “chingón”.
En fin, y no termina aquí. No se comen las eses como nosotros, es cierto, pero sí se comen sílabas enteritas: allí al decir “manitos” no nos estamos refiriendo a esa palma blanca donde convergen los deditos sino a los “hermanitos”; así como los “ñeros” son los compañeros. Y si te dicen que están esperando la “burra” no supongas que hablan de una mujer ignorante sino que hablan del autobús, y si te califican como un “forrazo” bárbaro no te ofendas, te están piropeando, porque significa que sos muy atractivo. La ropa también varía: las remeras son “playeras” y las polleras “faldas”. Y, en cuanto a comida, si piden una “tortilla”, les traerán un panqueque, y si piden una torta, les traerán un sándwich, si quieren un bife les darán una “chuleta”, y si les ofrecen una “polla”, no malinterpreten, es una bebida de huevos batidos. Por último, la policía -nunca tan bien puesto un nombre- es la “chota” y el dulce de leche, aunque no lo crean, es el “dulce de cajeta”.
Aclaración de las palabras en juego: penna (lápiz, lapicera), penne (lápices), messa (misa), palla (pelota), burro (manteca), orto (huerto), carta (papel), tetto (techo), fatto (hecho), chibo (comida), nanna (noni), nonni (abuelos), sacco (un montón), filo (hilo), vaso (maceta), vasino (pelela).