sábado, 23 de julio de 2011

CON 33 Y DE MANO

Es muy gracioso escuchar hablar a los taxistas. Hilvanan sus historias con pasión de escritores y califican decididamente en cada sentencia como si fueran los formadores de opinión más respetados del mundo... de la calle. Gozan de una impunidad tal que, cuando sube un pasajero, pueden decirle que las calles de Buenos Aires son las más peligrosas, las más escandalosas o las de mayor conflictividad; y, a continuación, cuando los para otro transeúnte, pueden decir exactamente todo lo contrario.

Cada pasajero, un juicio: hay que matarlos a todos; ¿y qué quiere?, de algo tienen que vivir; la culpa la tienen los militares; con la dictadura estábamos mejor; ayer me subió una señora que me dijo que le robaron tres veces en la misma semana; dicen que la calle está peligrosa pero, a mí, nunca me robaron.

Discuten, enjuician, aconsejan, relatan, valoran, exponen, formulan, declaran. Arman la selección nacional de fútbol con 11 jugadores diferentes cada día, pero sus frases comienzan, indefectiblemente, con una aclaración: “yo siempre lo digo”. Y uno escucha, con suerte, los rezongos del conductor que esquiva autos sin parar.

Para contrarrestar tanta impunidad, estamos nosotros, los pasajeros, quienes gozamos de más impunidad todavía pero que, generalmente, no la utilizamos, salvo mi tío.

Mi tío es un buen tipo, de opiniones tajantes, si se quiere, pero absolutamente creativo. De chico, supo mostrar gran destreza con el lápiz y se dedicó al dibujo. La vida lo llevó por rumbos menos artísticos y, tal vez por eso, terminó desgranando toda su capacidad creativa en cada ventana despejada que encuentra.

Es por este motivo que a nadie de la familia le admira escuchar sus historias en medio de cualquier fiesta, propia o ajena. Puede, además, bailar o imitar a Tita Merello. El 24 de diciembre a la noche, ya sabemos: él se disfrazará de Papá Noel y, después de dejar los regalos en mi casa, donde habitualmente nos juntamos todos para festejar navidad, se irá a recorrer el barrio con una campana en la mano y una copa vacía en la otra, copa que todos los vecinos se esmerarán por llenar mientras saluda a todos los chicos que se le crucen en su camino.

¿Cómo se venga mi tío de los taxistas o remiseros parlanchines? De mano. Y, generalmente, con 33. Sin dejar posibilidad alguna al conductor, le contará historias en las que les será imposible opinar. Como la vez que le contó a un remisero que él era la reencarnación de la Dama de blanco, fantasma que según la leyenda aparece entre las tumbas del cementerio de la Recoleta. O como otra vez, que yendo a buscar a alguien a Ezeiza, se pasó todo el viaje contando la historia de la hermana que se había quedado en Italia cuando toda su familia viajó a la Argentina y que, ahora, se reencontrarían después de 50 años. Pero, claro, él no hablaba italiano, entonces, ¿cómo harían para entenderse? Peor, ¿cómo se reconocerían?

En otra oportunidad, contó, con lujo de detalles, cómo se le había escapado un enano… de jardín. Lo peor es que, aclaró, él vivía en un departamento, primer piso, sin ascensor.


Por supuesto que viajar al lado de mi tío mientras narra estas historias es un gran privilegio, pero hay que saber sostenerlo, acompañando con la cara, porque el chofer de turno estará relojeando por el espejo retrovisor nuestra reacción ante el relato que sonará, siempre, absolutamente disparatado.

Prefiere evitar la política y el fútbol, temas fácilmente opinables por cualquier taxista, en cambio elegirá esos temas que le demanden tanto asombro que no le dejarán chances para reaccionar a tiempo: ovnis, apariciones u operaciones raras, como la que le contó a un remisero la semana pasada, diciéndole que un sobrino de él, que había nacido con los pies al revés, el izquierdo en el derecho y el derecho en el izquierdo, y, para solucionarlo, lo habían operaron de las dos piernas al mismo momento y había tenido que caminar haciendo la vertical durante tres meses porque no podía pisar; eso sí, menos mal que el tipo era deportista y tenía equilibrio.

Cada historia, además, es inventada en el momento, y la habilidad es tal que no sólo tira el título sino que tiene cuerda para hacer un relato bien completito. Y, como si calculara meticulosamente el viaje, puede dar fin justo cuando llega a destino, sin chance a que el remisero le pida revancha, querrá cobrar e irse, vaya uno a saber pensando qué.

Ante tanta charla superficial, entre tanta opinión insulsa, es bueno que, de vez en cuando, aparezca un tipo como mi tío que pueda demostrar que se puede seguir siendo creativo, incluso después de haber ido a la escuela, ¿no? Y, que quede claro, la historia del tipo de los pies al revés, fue cierta.


viernes, 8 de julio de 2011

LOS POETAS DEL 378

De todos los colectivos, bus o micros en los que he viajado en mi vida, y al carecer de auto por mucho tiempo he viajado en muchos, en ninguno he visto tantos hombres piropeadores como en la línea 378.

Es increíble la cantidad de hombres, ancianos, jóvenes, y hasta niños que han proferido piropos en mi presencia. Realmente he de creer que algo más allá de lo racional impulsa al género masculino a enamorarse arriba de ése colectivo.

Los numerólogos podrán buscar las razones de tal fenómeno en la suma de cada cifra del número de la línea (3+7+8), o simplemente en esos números. Aquellos que crean en la fuerza y la energía de los colores, buscarán la causa en la combinación de la línea: rojo, blanco y azul. Los sociólogos, en tanto, estudiarán acerca de cuáles son los barrios en los que incursiona el 378 durante su recorrido, y de cómo es la gente que allí habita, para saber sobre su comportamiento social. Los poetas, en cambio, lo adjudicarán a la belleza de las mujeres que suben a este transporte, como la causa que genera en los hombres ese deseo desenfrenado a la galantería.

Yo, por haber subido repetidas veces a esa línea, puedo asegurar que nada de ello termina de explicar acabadamente este fenómeno amoroso. Prefiero creer en algún poder mágico, irracional, fantástico. Porque también hay que ver qué imaginación tienen estos poetas del asfalto suburbano. Hay de todo, desde el piropo delicado, dulce, tierno, que busca llegar a lo más profundo del corazón, hasta el más pícaro y provocativo. Pero nunca guarango. Jamás, en el 378, una dama se arrepentirá de haber sido halagada. Más aún, creo yo que la mujer que ha viajado en esa línea sólo vuelve a viajar en ella para ser agasajada nuevamente. De otra manera no puedo explicarme como una línea que mantiene un servicio tan deficiente puede congregar tantos pasajeros: los hombres para lisonjear, las mujeres para ser elogiadas.

Incluso algunos hablan de hombres que aventurados a seguir a sus doncellas han perdido el camino de regreso a su hogar (de soltero o de casado, en fin).

Lo destacable, además, es que los colectiveros se mantienen totalmente ajenos a este juego de seducción. De alguna manera esa inexplicable magia no los alcanza. Se imaginan a un chofer cambiando el rumbo de su recorrido por el afán de seguir a una muchacha. No. Por suerte, esto no ocurre.

Por eso, a todos aquellos que tengan la oportunidad de llegar hasta el borde de la Ciudad de Buenos Aires, más precisamente al barrio de Liniers, los invito a aventurarse en una travesía que a lo mejor, quién sabe, no tenga retorno...