sábado, 10 de diciembre de 2011

¿A QUÉ PISO VA?

Es una paradoja. El viaje más corto de todos es el que nos resulta extremadamente largo. Hasta su espera, también corta, nos resulta interminable. Tal vez, la raíz de su explicación debe estar en la incomodidad de este viaje. Y quizás, también, en su innaturalidad: por más que nos expliquen con fundamentos absolutamente racionales, nuestra conciencia, en el fondo, nunca terminará de comprender cómo esa maraña de fierros sube y baja con sólo apretar un botón.

Es, claro, el viaje en ascensor. Ascensor o elevador. En realidad, el mal llamado ascensor, porque asciende, sí, pero también desciende y no, por eso, le decimos descensor.

Ya, desde el vamos, es difícil entender cómo una cosa tan pesada pueda subir y bajar sin caerse. Ahora, encima que se abran las puertas automáticamente, que se cierren, que uno marque el piso, que otros marquen otro y que vaya a todos, que nos diga “buen día, primer piso”, que sea todo cerrado y que uno no se asfixie... Cómo hace esa cosa para entender todo, para hablar, para acordarse dónde detenerse y para no pararse en el medio: es una gran incógnita.

Por extensión, tampoco sabríamos qué hacer en el caso de que se rompa, por ejemplo. Lo cual genera una paranoia tal en la gente que, por más que uno esté dentro del ascensor unos pocos segundos, será suficiente para que sintamos que los segundos transcurren al paso de las horas.

Además, es claro que, en un ascensor, nunca entra la cantidad de personas que el cartelito dice admitir. “Máximo 4 personas”, ¡si no entran ni dos! Es tan pequeño el espacio que uno debe colocarse a una distancia menor que la soportada en cualquier otra situación. Uno no se pone tan cerca para hablar, para comer; es más, hoy en día, ni para bailar se pone uno tan cerca del otro.

Sin embargo, allí está, señora o señor, a centímetros de su acompañante, oliendo sus olores, respirando su aire, mirando para cualquier lado con tal de evitar verse a la cara. Así, los señores se ven forzados a mirar las voluptuosidades de su vecina y las doñas –a quienes se les ha enseñado no mirar a los hombres a los ojos- se ven obligadas a mirar el piso, a riesgo de fijar su vista por ahí... por ahí abajo.

Claro que, para aquellos que sí se animan a mirarse a los ojos, el destino puede depararles vivencias extremas. Por ejemplo, he conocido parejas que se han enamorado en un viaje de dos pisos. Y con el ascensor funcionando correctamente.

El tema es que uno no se arropa como para que la gente los mire a centímetros, sino a metros. Entonces, en un ascensor se hacen más evidentes los escotes y, las transparencias y los abultamientos, así como las arrugas, las cicatrices y la falta de abultamiento.

Entonces, ¿qué debemos hacer?

Si uno pudiese elegir ¿qué es mejor: viajar solo o acompañado? Viajar solo nos garantiza intimidad para mirarnos al espejo, limpiarnos los dientes, acomodarse la ropa y otros menesteres menos púdicos. ¿Pero si se para? El ascensor, digo... Si detiene su ascenso (o descenso) en medio de la nada. ¿Si se abren las puertas y lo único que uno ve es pared sin revocar? Y, peor aún, ¿qué hacer si esa cosa herméticamente cerrada se detiene pero no abre las puertas?

Creo que es preferible estar acompañado. Definitivamente. Si bien “mal de muchos consuelo de tontos”, “juntos somos más”: y gritamos más fuerte y golpeamos más fuerte las puertas. Lo mejor (o lo peor, depende sea el caso del acompañante), es que podremos transcurrir las horas de encierro de manera mucho más amena. Como los presos, contarnos historias, hablar de la vida, filosofar, intercambiar figuritas y jugar al chupi, al piedra papel y tijera y, también, al yapeyú, si fueran tres los encerrados.

Aunque, tal vez, lo mejor sería, como decía Jorge Luis Borges, dejar el elevador de lado y usar “la escalera que está perfectamente inventada”. 

4 comentarios:

  1. No estoy de acuerdo con Borges porque usar las escaleras me mata y lo digo literalmente: las escaleras me acortan la vida ,de la que ya me queda poca. Por eso no es cuestión de desperdiciarla en las escaleras.Con respecto al ascensor prefiero ir acompañada, por las dudas...pero no siempre lo logro, a veces tengo que subir sola y un poco de miedito me agarra... pero me lo banco! Eso si nunca me tocó un compañero conversador o mirón . Siempre serios... ¡ Que aburridos!!!

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  2. Yo vivo en una casa, pero cada vez que voy al departamento de algún conocido, sufro tener que viajar en ascensor. No soy claustrofóbico pero me incomoda la gente tan cerca mío. Coincido 100 por 100 con esto. Es muy incómodo viajar en ascensor y antinatural. Pero también es cierto que las escaleras acortan la vida. Por eso reclamo un plan: Planta Baja para todos.

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  3. Gracias Jorge, gracias gente linda por participar. Feliz 2012 para todos.

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  4. Hola Cecilá!

    Hace días ya estuvimos por acá, vinimos de la Blogoteca y disfrutamos muchísimo este texto y otros. Buenísimos todos.

    Los días pasan y ya es tiempo de que te votemos.
    Un saludo afectuoso!

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