domingo, 11 de diciembre de 2011

EL PERSEGUIDOR DE HORMIGAS

En todos los barrios hay algún personaje que se destaca por sobre el resto. Puede ser hombre o mujer, viejo o joven, flaco o gordo… no importa. Porque no es eso lo que lo vuelve particular. Pero sin lugar a dudas, el Perseguidor de hormigas de Castelar, es un hombre que se destaca entre los destacados y, como si fuera El flautista de Hamelín, recorre las calles con un único objetivo: deshacerse de las hormigas que encuentra en su camino.

Para empezar, debo admitir que tengo algo de nómade. No mucho, sólo algo. A lo largo de mi vida, he vivido en cuatro casas. Cuatro casas en cuatro barrios distintos. Todos en Ramos Mejía, eso sí. Mi primera casa fue entre Rincón y la vía, literalmente. En la esquina de las calles Rincón y Caupolicán, al borde del asfalto y con las vías del ferrocarril tras el alambrado del fondo. Linda casa, lindos recuerdos. El personaje de allí fue Verónica, una alemana muy curiosa que pasaba horas mirando hacia la calle y, según dicen, llevaba un control por escrito de los que pasaban y cómo iban vestidos.

Luego, nos mudamos a la calle Malabia, a cuatro cuadras de la casa anterior. Esta vez, quedamos a 50 metros de la vía. Linda casa, lindos recuerdos. Enfrente, otra vez, vivía la mujer que lavaba la calle. Sí, la calle. No sólo la vereda, también lavaba la calle. Hasta la mitad, elegía su porción delicadamente y se cuidaba de no pasarse de la frontera demarcada por la brea que dividía en dos la calle. Lo más gracioso es que se enojaba cuando pasaban los coches por “su” calle.

La casa de la avenida Pedro B. Palacios fue mi tercer hogar, ya más lejos de las vías. Linda casa, lindos recuerdos. Allí, tenía una vecina que gustaba de las horas nocturnas para lavar la vereda, pasear a la perra y enojarse con cualquiera que pase por al lado de ella. La mujer, todavía, acusa al panadero de al lado de robarle el agua, pero seriamente: hizo una denuncia en la Comisaría y todo.

Por último, acá en Emilio Mitre, tengo a un vecino que, en horas de la madrugada, sale a limpiar las veredas de todas las casas de su manzana y, si termina rápido, sigue con otras. A las tres de la madrugada, él ya está embolsando basura ajena.

Pero no son mis vecinos los protagonistas de estas líneas sino alguien que ha logrado trascender al barrio y transformar su historia en leyenda, aun cuando es absolutamente real. Se trata del Perseguidor de hormigas de Castelar, un hombre que, durante la noche, se levanta, se viste y recorre las calles de su barrio en busca de hormigas.

No tiene flauta mágica, como el personaje del cuento de Hamelín, ni tampoco viste ropas coloridas. Simplemente, sale a la noche con la vista fija en el suelo, tratando de detectar a la especie más temida en la frondosa zona de Castelar en la que vive: las hormigas. Los que tuvieron la experiencia de cruzarse con él, que han sido muchos, juran que haberlo visto no ha sido a causa de su alta graduación de alcohol en sangre. En increíble coincidencia, lo describen como flaco, alto, algo desgarbado, siempre encogido hacia abajo, y con los ojos atentos al suelo.

“Buenos días”, le dijo Gabiguí, una noche en la que ya era de día, de regreso a su casa. Y él la miró, sólo la miró. Por un instante interrumpió su metódico trabajo y estampó sus ojos en los de ella, pero no respondió ni una palabra. Volvió a hincarse sobre el piso y aplastó su dedo por enésima vez en la noche.

Cuentan, también, que busca la hilera de hormigas marchando por el asfalto o las calles de tierra y, una vez detectada, presiona su dedo índice derecho contra el suelo, justo donde la hormiguita camina. No le teme a la revancha colectiva, peor aún, se muestra frío ante cada asesinato.

Y, aunque cualquier analista dirá que le gusta sentir la muerte en sus manos (literalmente, en su dedo), el Perseguidor no parece tener ese perfil. Los lugareños dicen que no lo hace por dinero, como el famoso flautista, sino que lo hace por protección. Y que usa su dedo porque le gusta llevar la cuenta de su hormiguicidio. Otros, en cambio, hablan de que intenta borrar de su dedo índice la memoria de haber tocado a la mujer de su vida, hoy lejos de él. Así, dicen, el Perseguidor intenta desterrar de sus manos el olor que ella dejó sobre él, amontonando sobre su dedo el olor a muerte.

7 comentarios:

  1. Que historia interesante! A mí también me gusta perseguir hormigas (coloradas), las que habitan en la pares y salen a pasear por la mesada de la casa de mis padres; solía matarlas disparándoles con el vaporizador del limpiador líquido (como soy alérgica a su picadura busque una alternativa que me permita deshacerme de ellas), es emocionante verlas en sus últimos movimiento jajaja, hasta que descubrí el encendedor eléctrico! Ahora me divierte más dejarlas fritas… despiertan mi instinto asesino!!

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  2. Yo lo entiendo a este señor porque a veces en una sola noche las hormigas te dejan sin plantas. Claro que no todos tenemos esa constancia, además de la incomodidad de ir agachado por la vida...Y además a mi me da cosa matar a las hormigas...será ue no me gusta amontonar sobre mi dedo el olor a muerte...prefiero el olor a vida...

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  3. Después de ver Antz, me da un poco de lástima matar hormigas. Pero recuerdo la invación de hormigas que hubo en mi casa años atrás y justifico al perseguidor. Pero le recomiendo más un psicólogo. Saludos y muy bueno!

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  4. Yo de niño, me gustaba observarlas como trabajaban en los veranos que vivi en mi penúltima casa. Aún hoy cuando estoy en el baño me gusta observarlas.

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  5. Gracias Gi, gracias Jorge y David. Feliz 2012!

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  6. Uh... muy bueno! Me encantó la historia. Es cierta? me encantan los personajes del barrio. En el mío hay uno que habla con los árboles... y los acaricia! Saludos! Monchito.

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  7. Gracias por tu voto, es un mimo que me hacia falta (barriletevirtual.blogspot.com)

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