lunes, 26 de septiembre de 2011

CRÓNICA DE UN TRÁMITE MUNICIPAL

Cuando el diarero lo vio pasar, supuso que su andar ligero era debido al típico apuro que tienen los que van, ése envión que llevan quienes hacen que todo parezca deseable de que ocurra. Pero no. La poesía subyacía, en este caso, ante la cruda realidad de las obligaciones legales. Martín iba apurado a terminar con un trámite municipal. A sabiendas de que la gestión le traería dolores de cabeza, se preparó para vivir una mañana difícil. A nadie se le ocurriría iniciar y terminar un trámite municipal en el mismo día, pero Martín no perdía las esperanzas.


Al llegar al lugar, -como un presagio-, vio que el último lugar no lo ocupaba el señor de cabello canoso sino la deposición de un canino que, por suerte estaba demasiado seco para emitir olores.

“Estos son los chicos que pasean perros, que los dejan defecar en cualquier parte”, disparó el señor cabellera ausente. “Muy sutil lo de defecar”, pensó Martín, mientras el hombre seguía con su protesta, “cuando yo era chico –le dijo– los perros paseaban solos y no hacían sus necesidades en las veredas”. “Porque no habría veredas”, pensó nuestro amigo mientras se colocaba detrás del excremento, a un paso del regalo, justo encima de una baldosa floja. “Los perros, al ser perros, eran más educados. Ahora, como los tratan como personas, si te descuidas, hacen cacona arriba de tu zapato”, continuó su queja, “acá mismo, mejor que no te descuides, pibe, porque o te orina un perro o te pegan un afiche del intendente en la cara, ahora vienen las elecciones”. El viejo esperaba respuesta, pero Martín sólo atinó a sonreír por compromiso.

Haciendo equilibrio sobre la baldosa que salpicaba cuando se movía de lado a lado e intentando no caerse, no mojarse y no perder el lugar, Martín seguía escuchando las conversaciones ajenas. “Acá cualquiera inventa un oficio... inventar lo que se dice inventar, es inventar algo útil: la birome, el alambre de púa, el dulce de leche... ahora, pasean perros”, refunfuñó.

Por suerte, se movió la cola y avanzó unos metros. Salto mediante, la baldosa movediza quedó atrás, aunque adelante quedaban todavía un tramo de vereda al sol y unas cuantas personas que empezaron a hacerse eco del debate generalizado.

“La culpa la tienen los políticos, que aumentan los impuestos porque necesitan más ingresos”, dijo otro. Para mí, la culpa la tienen los que no pagan los impuestos”, acotó una vieja olvidándose de que estaba ahí, justamente, seguramente, por no pagar los impuestos. “Es cierto”, dijo uno de bigotes, “que persigan a los ‘evadores’, pero no a nosotros, a los ‘evadores’ de verdad”, apuntó repitiendo la típica característica humana de querer que se imponga la ley sobre el otro, pero no sobre nosotros.

Tres cuartos de hora escuchando el debate enceguecido que pasó del dulce de leche al mate, el asado, el poncho, el chiripá y el choripán, todos nombrados como patrimonio argentino, hasta llegar a la discusión sobre el pago o no de impuestos, precisamente en una cola para pedir moratoria. En eso, un vendedor ambulante se acercó a hacerse el día.

“Mire”, le dijo a Martín, “le vendo diez vallenitas por un peso. Y si me compra cincuenta, se las dejo a cinco pesos”, mientras Martín trataba de ver la ventaja de comprar cincuenta vallenitas, la gente de alrededor hizo un silencio para ver cuál era su respuesta.


- No, gracias, no uso.

“Mire, señor”, dijo otro mientras se alejaba el vendedor, “la culpa la tiene el gobierno, mire si para pagar una factura vencida tengo que hacer medio día de cola, como si uno no tiene nada queacé”. Mientras todos los de alrededor le asentían silenciosamente, entre compasivos y enojados, se escuchaban los típicos comentarios que se hacen mientras se hace la cola para pagar un impuesto atrasado: “Esto en EE.UU. no pasa”, dijo la vieja de adelante.

En ese momento, recordó aquél 20 de diciembre de 2001, que quedará marcado en la historia como el día en que, por segunda vez, las ollas (hoy llamadas cacerolas) cumplieron un rol protagónico. Esta vez echaron a De la Rúa. Antes había sido en el año 1807, durante las segundas invasiones inglesas, cuando según la leyenda, cargadas de aceite caliente, echaron a los invasores. “¿Mire si no los hubiéramos echado?”, le había preguntado una doña aquél día del cacerolazo... “¿Qué hubiera pasado?”.

Y bueno, seguramente y para empezar, hablaríamos inglés: diríamos “míster” en lugar de señor, “lóv” en lugar de amor y “pípol” en lugar de gente. San Martín hubiera cruzado la cordillera para invadir y no para liberar, Belgrano hubiera registrado los derechos de autor de la bandera y no se hubiera muerto pobre, Sarmiento hubiera querido comprar Chile en lugar de querer vender la Patagonia y Mirta Legrand hubiera ganado un Óscar pero su programa de los almuerzos hubiera sido un micro de cinco minutos: Fast Food con Mirta Themost. “En virtud de esto último, no hubiera estado tan mal”, analizaba.

Otro avance masivo interrumpió la reflexión. Ahora faltaban sólo 1 metro para llegar a la ventanilla. Después de una hora y media de espera, por fin, por fin llegaba al mostrador.

- Digamé – le soltó el empleado.

- Vengo por una citación que dice que yo debo dos meses de rentas pero...

- Tiene que hacer la cola que está a la izquierda, la de rentas – lo cortó el empleado.
La cola de la izquierda tenía cinco personas más. Martín decidió esperar. Después de media hora más, llegó al segundo empleado.

- Vengo por una citación que dice que yo debo dos meses de rentas pero yo las pagué...

- ¿Tiene comprobante de pago?

- Sí, acá están.

- Entonces, tiene que hacer la cola que va hacia el primer piso.

Miró hacia la escalera casi sin creerlo... Pero, sí, resistió 40 minutos más de espera y llegó a la tercera ventanilla: “Vengo por una citación que dice que yo debo dos meses de rentas pero yo las pagué, acá están los comprobantes...”, explicó.

- ¿Los pagó en el banco o acá mismo en rentas? – indagó el empleado.

Martín prefería no contestar, a su lado había dos ventanillas, una vacía, en la que la empleada se estaba limando las uñas. De la otra ventanilla salía una cola que, desde donde estaba él, se veía que llegaba hasta otras escaleras que bajaban hasta la puerta de entrada. Dudó... “Ehhhhhhh....”.

Por supuesto, le tocó la fila más larga. Y tras otra hora de reloj, volvió a llegar a una cuarta ventanilla.

- “Ah, no ¿vistes?... no puedo… porque acaba de empezar una huelga de brazos caídos y tengo que respetarla, ¿vistes?, por nuestros compañeros, ¿vistes?”, contestó la empleada.

- No, no vi - contestó indignado-triste-sorprendido-amargado-enfurecido. Y lo dijo, dijo su enojo, delante de todos, a viva voz.

- Señor, por favor más respeto, encima que le explico. Después dicen que atendemos mal. ¿Yo qué culpa tengo si Ud. no paga sus impuestos? – alcanzó a escuchar, antes de irse, de boca de la mujer de brazos caídos.

Todos miraron la escena, entre compasivos y enojados. Pero nadie dijo nada. “Algo habrá hecho”, pensaron todos, “hubiera pagado en término, ¿no?”.

9 comentarios:

  1. Disculpen la ausencia de este mes... la culpa la tuvieron mis vacaciones de invierno. Saludos a todos y les dedico este blogadito a todos los reclamantes del mes de la primavera. Saludos a todos.

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  2. TE FELICITO POR TU BLOGADITO. EN TU CRÓNICA PINTÁS MUY BIEN LO QUE SIGNIFICA HACER UN TRÁMITE, NO SÓLO MUNICIPAL, CASI TODOS LOS TRÁMITES SE PARECEN AL DE MARTÍN. ME GUSTÓ MUCHO TU FORMA DE EXPRESARLO POR ESCRITO.

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  3. Muy bueno el texto. Me deja pensando que, quizás, en este mundo en el que ya logramos hacer (casi) todo con rapidez y comodidad, las demoras al hacer los trámites -como así también, por ejemplo, la tardanza de algunos medios de transporte- generan dos condiciones óptimas para el surgimiento de la filosofía y/o el debate social: tiempo y malestar.

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  4. HOLA...POR FIN VOLVISTES...YE ME ESTABA SALIENDO URTICARIA SIN TU BLOGADITO. PENSANDO EN LO CREASTES....QUE ES MARAVILLOSO COMO SIEMPRE....LES PROPONGO UNA CANCION DE LEO MASLIAH DE UN DISCO QUE SE LLAMA PUNC!!!!! GRACIAS DIEGO MATTO

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  5. Hay que hacer la cola, uno adelante y otros atrás… no hay escapatoria!!! Leyendo esto recordé mis épocas de cadeta, las largas colas en rentas… llegaba resignada a pasar tardes enteras dentro de ese herrrrmoso edificio!, pero yo a diferencia de Martin me abstraía de ese mundo con música. Recuerdo estar en medio de colas eternas, sin conocer ni el comienzo ni el fin de ellas, con las caras de todos enojado, sin saber como mantenerse en pie… pero todo ello musicalizado era hasta divertido para mi; y si a eso le sumamos las viudas cantando de fondo… hasta me reía sola de la situación! (Me daban ganas de ponerme a cantar a los gritos jajajaja) Muy bueno el blogadito… pobre Martín! Habrá vuelto otro día?

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  6. GRacias Diego, Gracias Gigio, gracias a todos los que escriben. Saludos!

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  7. Interesante nota....¿le pasó a alguien de verdad?

    Saludos,

    Cesar

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  8. Mmmmm... A quién no? Me extraña César, Ud. que es un hombre muy tramitado. De hecho, dicen las malas lenguas que fue el inicio de una cadena de indignados que se extendió a varios puntos del mundo. Pero no levantemos la perdiz, pobre Martín, que todavía está negociando con rentas. Besos.

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  9. Brillante Cecilá, nunca me divertí tanto...preciosa la prosa...la entonación...

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